Jennifer Middleton
Jennifer Middleton es Psicóloga Clínica de la Universidad de Chile, Psico-oncóloga, Co-Directora del Centro de Desarrollo de la Persona, pionera en Chile de la Psico-oncología que se caracteriza por tratar a la persona como un todo intregado. Ha trabajado con pacientes de cáncer y sus familias desde el año 1979. Es fundamental en su trabajo, tanto en cáncer como en otras enfermedades,invitar a la persona a formar parte y liderar su propio equipo de recuperación con una participación activa y comprometida, no con una actitud pasiva y observadora. La persona es invitada a hacer cambios fundamentales en su estilo de vida, referidos a prioridades vitales, enfrentamiento al stress, expresión de emociones, vitalidad, dieta y nutrición, ejercicio, relajación, meditación y espititualidad, entendiendo por ésta, un sentido de vida y trascendencia. En suma, es invitada a construir un futuro basado en el respeto profundo a su propia naturaleza y su escencia.
En el ámbito de la psicoterapia trabaja con adultos, parejas y familias, tanto en español como en inglés, procurando recuperar lo escencial de las personas, quien las más de las veces se han perdido en una necesidad de cumplir y respetar necesidades externas, violentando y postergando su naturaleza interna. Es conocida como psico-oncóloga en el ámbito profesional hispano-hablante, citada en la literatura internacional e invitada a congresos. Ha atendido a personas provenientes de Australia, Estados Unidos, Canadá, Europa, Israel y otros países.
Ha escrito múltiples artículos en revistas especilizadas y otras. Es autora de tres libros: "Yo (no) quiero tener cáncer ", "La vida es algo más que correr" y "Sanar, el desafío de vivir en equilibrio", los tres de la Editorial Random House Mondadori.
En el primero, cuenta su experiencia en el tratamiento de pacientes con cáncer y cómo prevenir la enfermedad; ha sido reeditado varias veces desde 1991, cada vez actualizando los testimonios e incorporando nuevos temas de interés.
El segundo, es un libro de meditación y ejercicios para el desarrollo personal.
El tercero, publicado recientemente, está dedicado a la prevención de enfermedades y a la conducción de una vida más sana en general.
En el Centro de Desarrollo de la Perona (Chile), México y Argentina ha realizado una labor de formación y capacitación de profesionales. Ha dictado cursos, conferencias y efectuado talleres y capacitación en los temas de comportamiento laboral, intervención en stress, calidad de vida, específicos para médicos, enfermeras, psicólogos, adulto mayor y profesores, comunicación, prevención de enfermedades, manejo del dolor, específicos referidos al cáncer y otros. Ha supervisado prácticas profesionales y dirigido tesis de grado en distintas Universidades. Está acreditada por la Sociedad de Psicología Clínica para realizar supervisión a otros profesionales. Es miembro del Colegio de Psicólogos de Chile, de la Sociedad Chilena de Psicología Clínica y de Professional Women's Association.
Cómo pedir una hora
Para pedir una hora de atención con Jennifer Middleton le rogamos contactarla vía whatsapp / celular +56 993 378 885 o vía email: Jennifer Middleton
Psicoterapia, Psico-oncología
Ofrezco psicoterapia en los ámbitos que afectan duramente a las personas y a sus familiares más cercanos: angustia, depresión, agobio, crisis de pareja, problemas en niños y adolescentes.
También ofrezco servicios psico-oncológicos. Si usted necesita ayuda al enfrentar un cáncer, los efectos del diagnóstico o de las intervenciones, asuntos relacionados a la familia o a los niños, la muerte o el duelo, por favor póngase en contacto conmigo.
Psychotherapy, psycho-oncology
I offer services in psychotherapy and psycho-oncology. Wether you need to
address anguish, depression, a relationship crisis, a loss of meaning, etc., or
need assistance in dealing with cancer, the effects of diagnosis and/or
interventions, family and children issues, dying or bereavement - please contact
me.
Yo pregunto
Hace un tiempo, le pregunté a un médico oncólogo amigo ¿porqué si hay tantas investigaciones que confirman que ciertos alimentos aumentan el riesgo de cáncer, éste no es un tema de estudio para los oncólogos? Me contestó: “porque no tenemos tiempo para estudiar todo”. Entonces ¿por qué descalificar a las personas que sí estudian? Esa pregunta, no tuvo respuesta…
Frecuentemente me asaltan preguntas parecidas que nadie contesta abiertamente. Sólo con agresiones veladas en algunas entrevistas de prensa, cuando alguien, preguntón como yo, se atreve a hacerlas. Por ejemplo: Está comprobado a través de múltiples investigaciones la relación entre stress y sistema inmune (a más stress crónico, mayor baja en las defensas) entonces ¿por qué el stress no es un gran tema en enfermedades como el cáncer, íntimamente relacionada a la ineficiencia del sistema inmune? Si se conoce y está comprobada la relación entre stress y sistema inmune, y también es obvia la relación entre sistema inmune y cáncer ¿por qué les cuesta tanto relacionar stress y cáncer?
¿Por qué se descarta la influencia de los aspectos psicológicos en la presentación y evolución del cáncer si el stress está directamente relacionado con aspectos psicológicos? Sabemos que es imposible separar lo físico de lo psicológico ¿o hay alguien que puede hacerlo?
¿Por qué si la psiconeuroinmunología estudia la relación entre las emociones, el sistema nervioso y el sistema inmune (además del sistema endocrino) y se está demostrando relaciones que antes fueron intuidas, la mayoría de los médicos desconocen esta ciencia? ¿Por qué la ignoran? ¿Tampoco tienen tiempo de estudiarla?
¿Por qué si la muerte es la etapa final de la vida, ésta no es incluida
en los estudios de medicina?
¿Porque es un fracaso?
¿Porque asusta?
¿Porque los pone inseguros?
¿Por qué no se acepta?
¿Por qué a los oncólogos les cuesta tanto pedir ayuda a los especialistas
en cuidados paliativos?
Cuando un paciente con diagnóstico terminal revierte su enfermedad y logra recuperarse por completo o tener una sobrevida mucho más larga de la esperada ¿por qué el médico tratante no muestra interés en saber cuáles fueron los factores que incidieron en esta inesperada recuperación y sólo se habla de “remisión espontánea”?
¿Por qué se invierten millones de dólares en investigar sobre los tratamientos y casi nada en las causas de la enfermedad?
Estas son preguntas que no sólo me hago yo, se las hacen los pacientes y sus familiares cuando enfrentan enfermedades como el cáncer y sólo reciben respuestas relacionadas con los aspectos somáticos de su enfermedad; cuando reciben respuestas evasivas respecto a las causas y a los procesos involucrados que no son químicos o biológicos, pero que también forman parte de la PERSONA que se enferma. Creo que al menos esto no tiene duda ¿verdad? Lo que se enferma es la persona y no el órgano, aunque a veces se actúa como si no fuera así.
¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?
No más cáncer
El Cáncer está en aumento a pesar de los tratamientos y formas de detección
precoz, especialmente en los jóvenes. Tú puedes hacer mucho para evitarlo:
* Cuidar tu vitalidad
* Enfrentar bien el stress (“stress no es lo que te ocurre, sino como te lo tomas”)
* Expresar tus emociones
* Alimentarte sanamente
* Hacer ejercicio
* No fumar
* Cultivar el buen humor…y…
Cuidar la persona que eres.
Nota: Si quieres que disminuya el cáncer en Chile, envía esto a cinco amigos o imprime y saca cinco fotocopias y repártelas.
Culpa o responsabilidad
Jennifer Middleton, psicóloga
Hace un tiempo atrás fui invitada a escuchar a una psicóloga que dio una charla para pacientes de cáncer. Todo iba bien hasta que apareció el último cuadro de su presentación que decía: “Ud. no es responsable de su enfermedad ni de los resultados de su tratamiento”. Me pareció increíble, gravísimo y aberrante. Me acordé de las eternas discusiones y críticas donde se sostiene que yo hago sentirse “culpables” a los pacientes; que además de tener la enfermedad, ahora tienen que castigarse por habérsela provocado.
Las culpas tienen una connotación moral que nada tienen que ver con mi postura. En ninguno de mis libros o artículos, he manifestado que haya que sentirse culpable por la enfermedad. Lo que he dicho y reitero, es que somos responsables por nuestra salud. Creo que nadie se enferma porque quiere enfermarse, al menos en forma consciente. Sin embargo, con frecuencia parece que ignoramos lo que nos puede enfermar y lo hacemos en forma reiterada. Por ejemplo, no descansamos adecuadamente, fumamos demasiado, nos autopostergamos hasta quedar exhaustos y sin ganas de nada, nos alimentamos en forma deficiente, nos estresamos, no hacemos ejercicio, etc. etc.
En esto somos responsables consciente o inconscientemente del maltrato que nos damos; no somos culpables, pero sí responsables. ¿Acaso podemos evadir nuestra responsabilidad si hemos fumado por años una cajetilla diaria? ¿De quién es la responsabilidad? ¿del vecino? ¿de la compañía de tabaco? ¿del médico que no nos advirtió?
En nuestra cultura parece ser casi deportivo evadir responsabilidades. Es casi chistoso escuchar que un accidente se produce “por la niebla”. Perdón, la niebla no iba manejando. El accidente se produjo porque la persona a cargo no fue lo suficientemente cuidadosa en la niebla. Y así, o cuando un niño pequeño se expone en la calle, lo retamos a él, sin tomar en cuenta que es nuestra responsabilidad que a ese niño no lo atropellen.
En medicina china, se sostiene que no debe tratarse a un enfermo que no se cuida. Cuando asumimos la responsabilidad por nuestra salud, tenemos la oportunidad de rectificar los errores o los descuidos del pasado. Nuestra energía estará invertida en el futuro y no vamos a malgastarla pensando en lo que hicimos o dejamos de hacer. Toda nuestra energía estará puesta en poner lo mejor de nosotros en cuidarnos, en colaborar de todas las formas posibles para que los tratamientos sí sean efectivos, en ser los gestores de nuestra recuperación y en procurar no volver enfermarnos.
Los psicólogos a veces no dimensionan la influencia que tienen sobre las personas y los riesgos que conlleva el no tomarse esto con rigurosidad. Desde la sabiduría popular hasta los más serios estudios de medicina han mostrado que es fundamental la participación personal en los resultados de un tratamiento. No somos robots o máquinas a quienes se les realizan intervenciones; somos partícipes de todo lo que ocurre. Eso es lo que ha redescubierto la ciencia moderna.
Entonces ¿con qué derecho esa psicóloga interviene erradamente y en forma tan irresponsable en hechos tan determinantes para la vida de una persona?
Esto también me lo pregunto.
Yo quiero, yo pido, yo exijo
Jennifer Middleton – Psicóloga Clínica
A veces las parejas llegan a terapia con verdaderos “pliegos de peticiones” asumiendo que, por el solo hecho de ser pareja, tienen derecho a pedir y exigir. Y, entonces, los conflictos se transforman en guerras.
Me pregunto donde quedó la generosidad, el amor y el deseo por el bienestar del otro. Donde quedan las ilusiones del primer encuentro, las ganas de estar y crecer juntos. Es obvio que todo esto muchas veces va quedando en el camino, como consecuencia de un círculo vicioso que empieza con las exigencias y las condiciones “si tu me das, yo te doy”.
Entonces lo que comenzó con dos personas que se relacionaron con lo mejor de sí mismas, termina con dos personas que hacen brotar en el otro, lo peor de sí mismas.
Fritz Perls, el “padre” de la psicología gestáltica moderna, dijo alguna vez pensando en las parejas: “Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas, ni tú estás para cumplir las mías, pero si nos encontramos, va a ser hermoso”.
Difícil…………
En un mundo complicado, en el que hay que desarrollar múltiples roles, cumplir con miles de obligaciones y rendir como pareja, como hijos, como amigos, como profesionales, etc. etc. parece que lo menos que podríamos pedir, y tal vez exigir, es que nos ayuden y nos den la posibilidad de compartir las tareas.
“Parece”, pero no sirve, porque exigir es el peor negocio que podemos hacer. El otro reacciona mal, en rebeldía, porque “no me casé para esto”, porque “me asfixias”, porque “tengo cosas más importantes que hacer”, etc. etc.
El camino es “por la blanda”, no “con el palo en la mano”. Es no tener expectativas para evitar las frustraciones, pero también es ser generoso sin dejarse abusar, sin autosacrificios, sin inmolaciones.
“Por la blanda” es entrar por la puerta de atrás, con dulzura, sin exigencias perentorias, sin descalificaciones, sin demandas. Es explicando, comunicándose, no mandando, ni exigiendo.
Todo esto es posible en una pareja que se quiere y donde cada uno está preocupado por el bienestar del otro; que procuran hacerse la vida más fácil mutuamente y cuando están vigentes las motivaciones que los llevaron a estar juntos.
Si esto no está, nada de lo dicho tiene validez, porque nada bueno puede resultar en una pareja que dejó de interesarse por lo mejor para el otro.
Vivir en pareja es complejo.
Llevamos a la vida en común una mochila llena de historia, muchas veces repleta de frustraciones, también de esperanzas; queremos que el otro nos compense por lo que no nos han dado, por el daño que recibimos, por las carencias.
Pero no es misión del otro el compensarnos, es un trabajo propio, de cariño a nosotros mismos, de crecer para ser más completos. No podemos pasarle la cuenta a nuestra pareja, quién también trae sus propias carencias.
Dos personas que han resuelto su propia historia, hacen mejor pareja que los que vienen con la mano estirada, esperando que el otro le llene los vacíos.
El caminar juntos significa hacerle la vida más fácil al otro por cariño, porque nos nace, porque eso nos complace, no porque el otro lo pide. Si ambos sienten así, la vida en pareja será menos compleja y más satisfactoria y entonces todo será más fácil.
Vivir en pareja puede ser una aventura fantástica si lo tomamos como un compartir (las obligaciones y tareas, lo entretenido y disfrutable), si aprendemos a asombrarnos juntos frente a lo nuevo y lo mágico de la vida, si nos ayudamos en este crecer constante, que es la única forma de despertar cada mañana agradeciendo estar vivos y también agradeciendo el estar juntos.
Unas palabras para terminar
Jennifer Middleton, psicóloga
Cada día recibimos más libros, publicaciones, denuncias, críticas, etc., que nos muestran que nuestros sistemas de “salud” están en grave crisis. En primer lugar, están más centrados en la enfermedad, sus efectos y en los modos como paliarlos; y en segundo lugar, el tema preventivo es casi inexistente y, con suerte, tenemos detección temprana de algunas enfermedades. Las farmacéuticas y su industria de medicamentos se están enfrentando a denuncias y juicios graves, muchas veces por priorizar el negocio por sobre la salud, y a veces por sobre la vida de las personas. ¿Qué podemos esperar para el futuro? ¿qué queremos en materia de salud para nuestros nietos y bisnietos? Voy a poner por escrito algunos sueños y anhelos.
Sería de esperar que las personas fueran responsables de su salud. Que estuvieran tan convencidas que “estar sano es una opción” que pusieran sus mayores esfuerzos en prevenir y no en curar. Sabemos cómo cuidar la alimentación, la importancia del ejercicio físico, las consecuencias del stress, etc. Pero hacemos tan poco para proteger nuestra salud y tanto para destruirla.
Si pudiésemos llevar los conceptos y hábitos de prevención a los programas de educación, nos ahorraríamos mucho dolor y muchos gastos en salud.
Si en las Escuelas de Medicina se pusiera énfasis en los cambios de paradigmas que se requieren para hacer una ciencia moderna, podríamos esperar de nuestros futuros profesionales en salud, una visión de mayor integración, un atender personas y no partes.
Si las personas se preocuparan más de su salud que del prestigio, de su autorrealización que de la cuenta del banco, de un vivir sano más que de los éxitos profesionales, tendríamos una sociedad más sana, menos competitiva y egoísta, con personas con sentido vital y no escapando continuamente del vacío existencial.
Si miráramos y respetáramos más nuestra naturaleza interna y externa por sobre las superficialidades que sirven de fuga, si aprendiéramos a vivir más sabiamente y con más respeto a esa naturaleza, probablemente sentiríamos su agradecimiento en nuestra salud y en nuestro ambiente.
Si tomáramos las enfermedades como oportunidades para el crecimiento personal, cuestionando nuestros estilos de vida y hábitos ¿cómo evolucionaríamos como personas? ¿y como sociedad?
En fin, si pudiéramos eliminar de nuestras vidas los tiempos malgastados en lo insano, lo destructivo y lo superficial, y pudiésemos mirarnos con respeto y veneración, cuidando nuestra naturaleza, perderíamos mucho menos tiempo en clínicas, sujetos a tratamientos caros y muchas veces con poco sentido y muchos efectos colaterales, y nos sentiríamos más plenos y sobretodo más sanos.
Este es el mundo que podemos construir para nuestros nietos, reconociendo que tenemos la capacidad natural de estar sanos. Estos cambios deben hacerse poco a poco, paso a paso.
Una reflexión
Jennifer Middleton – Psicóloga Clínica
“Nadie tiene la vida comprada”, o, como dice Carlos Castaneda, “hay que vivir cada día con la muerte a la izquierda”. Sin embargo, cada vez que tengo el privilegio de acompañar a un paciente en sus últimos días, no puedo dejar de hacerme infinidad de preguntas.
¿Por qué no puede ser más fácil? ¿Menos sufrido para todos? Si la muerte es
algo que viene ocurriendo desde que hay vida ¿por qué tan duro y difícil? Si
debiéramos haber aprendido después de tantos años de historia.
¿Por qué tan joven, si le queda tanto por hacer y hay tantos que lo necesitan?
¿Por qué frente a algo tan natural como la muerte, todos sentimos miedo?
¿Miedo a lo desconocido?
¿Miedo a qué?
¿Por qué esta persona esperó tanto para comprender que cada día no vuelve?
¿Por qué no disfrutó más y se enredó menos?
¿Por qué parece que nada sabe y él (o ella) y yo sabemos que sabe?
¿Por qué me trasmite tan claramente que mañana ya no va a estar?
¿Cómo lo sabe con tanta certeza?
¿Por qué sólo antes de morirnos nos permitimos sacar las máscaras y no antes?
¿Observará después desde algún lugar?
¿Desde otra dimensión? ¿O aquí se terminó todo?
Su vida, su energía, su amor por los otros, su empeño cotidiano para vivir bien
y decentemente, su dedicación y su cariño, todo eso, ¿Hacia dónde va? ¿Dónde se
queda?
¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?
Y después, cuando esa persona muere y todos dicen “está descansando” me pregunto si no tendría ganas de postergar el descanso, de seguir creciendo, creando y construyendo.
Y entonces me da casi ternura recordar talleres donde profesionales jóvenes sostienen que tienen superado el tema de la muerte, que ya está trabajado, que vienen de vuelta, que han leído muchos libros relacionados con el tema, etc. etc.
Claro, en la cabeza está solucionado. Pero el corazón es más lento y demora mucho más en darse toda la vuelta. Se necesitan muchos años y muchos pacientes moribundos para empezar a entender que hay millones de interrogantes, recién para vislumbrar que existe una nebulosa.
Me pregunto ¿se entenderá alguna vez a nivel del corazón? Tal vez en ese momento, cuando nos estemos despidiendo.
Y después de unos días, me reencuentro con mi paz, y me consuelo sintiendo que hice lo que pude, aunque muchas veces apreté los dientes con frustración cuando me iba en cada visita.
Pienso que yo estoy viva, que me levanto cada día y puedo ver, oler, tocar, oír, caminar, querer, crear y construir, que soy afortunada y trato de no olvidar que tengo la muerte a la izquierda, que este día es único, que no vuelve.
Y, entonces, recuerdo una conversación con mi amiga Ruth Bolletino, en que comentábamos que antes de ser terapeuta y paciente somos personas. Que el encuentro terapéutico es, antes que nada, el encuentro de dos personas, aunque una de ellas tenga “un saber hacer” que la otra no tiene.
Yo quiero agregar, que cuando se trata de una sesión con un paciente moribundo, una de las personas tiene una grandeza especial que el terapeuta no tiene, porque al estarse despidiendo de la vida, la naturaleza le está permitiendo “comprender” algunas respuestas. La otra, no posee esta grandeza y su comprensión es diminuta e insignificante, tratando de entender y cada vez entendiendo menos, los misterios de la vida y de la muerte.
Queda preguntarse, ¿qué vericuetos mentales tienen en la cabeza algunos profesionales de la salud que se creen superiores a sus pacientes? ¿En qué pedestal reposan que creen tener las respuestas?
Porque a mí me pasa, que mientras más comprometidamente acompaño a mis pacientes, mientras más seriamente me esmero en ayudarles en su bien morir, más asombrada me siento frente a ellos, frente a lo que está ocurriendo, y menos respuestas tengo. Sólo reverencia, respeto, una gran admiración y un profundo silencio.
Psico-oncología en el siglo XXI
Jennifer Middleton
Psicóloga Clínica
'El cáncer es un síntoma de una enfermedad que desconocemos' según palabras del Dr. Miguel Maturana, Jefe del Servicio de Cirugía Mamaria del Hospital San Juan de Dios, o como lo señalan Stoller y Marmorston, 'Hay que llegar al convencimiento de que el tejido canceroso no es en sí mismo el problema que debe resolverse, sino que lo importante es la aberración que ha permitido la existencia de un medio favorable para la enfermedad. El cáncer no es sino un síntoma, y aislar el síntoma mediante el solo tratamiento es como tratar la esquizofrenia de manera esquizofrénica. Un virus puede ser la causa bioquímica, pero si lo que ha permitido el desarrollo del cáncer, es decir, la etiología básica, reside en la psique, sólo puede producirse la curación si se conoce esta etiología´. (1)
Esta enfermedad está afectada por múltiples factores, tanto en su aparición y curso, como en su recuperación. Esto significa, que una aproximación al cáncer rigurosa y éticamente impecable, debe considerar todos los aspectos involucrados, tanto biológicos como psicológicos, tanto sociales como espirituales.
La psico-oncología ha surgido como respuesta a esta necesidad y, a pesar de que hay psicólogos trabajando en esta área desde hace muchos años, recién en la década de los 80 esta disciplina es considerada una rama de la psicología y se funda la Intenational Psycho-oncology Society en 1984.
Sin embargo, la psico-oncología entendida como tal, es 'reactiva´, preocupándose del apoyo al paciente de cáncer, su familia y el equipo, siendo en este sentido altamente necesaria y eficiente.
Cubre aspectos relacionados con la psicoprofilaxis de los tratamientos, manejo del dolor, asistencia al paciente en etapas avanzadas de la enfermedad (Cuidados Paliativos), elaboración del duelo y asesoría y apoyo a la familia y al equipo de salud.
Esta es la psico-oncología que se estudia e investiga en los principales Centros de esta disciplina en el mundo: Sloan-Kettering en Nueva York, liderado por la psico-oncóloga Jimmie Holland (2), en Kiel con el Dr. Kollenbaum, en Paris en especial en cuidados paliativos y en otros centros del mundo.
Nosotros consideramos que ésta es sólo una parte de los objetivos de la psico-oncología y que, si pretendemos ser profesionales de avanzada en este campo, debemos dedicarnos también a la psico-oncología proactiva. Esto implica colaborar con el paciente, para descubrir las características de su estilo de vida que puedan haber influído en la presentación de su enfermedad y su curso, y, ayudarlo a revertir estas características, así como desarrollar políticas de prevención.
No es una excusa que las investigaciones cuantitativas que se realizan a nivel mundial, no hayan entregado suficientes resultados (¿cuántos son suficientes?) que relacionen estilos de vida y presentación y curso de la enfermedad, o no asocien stress y cáncer, o sistema inmune y cáncer en forma categórica (1 y 3).
Por otra parte, el Dr. Claus Bahnson, en 1980, al resumir una parte de las pruebas recientes, concluyó: 'Así pues, existen datos concluyentes derivados de los campos neurológicos y endocrinológico que respaldan la idea de que acontecimientos psicológicos mediados por el sistema nervioso pueden influir en las reacciones endocrinas e inmunitarias a los procesos malignos'(1).
Cabe hacer notar, en primer lugar, que las investigaciones cuantitativas en este campo son difíciles, por los problemas que se presentan en la aislación de variables psicológicas (no es lo mismo evaluar el efecto de una quimioterapia que el de un cambio de vida).
En segundo lugar, como todos sabemos, no sólo las investigaciones cuantitativas son válidas científicamente; las investigaciones cualitativas y los estudios de casos, realizados adecuadamente, también arrojan resultados de validez científica.
En tercer lugar, sí existen investigaciones tanto cualitativas como cuantitativas que relacionan aspectos psicológicos y presentación y curso de la enfermedad, cuya historia empieza con Galeno, sigue en los siglos XVII y XVIII, y continúa haciéndose presente en el Siglo XIX y en el Siglo XX, detalle que se puede encontrar en el libro de Bammer y Newberry (1).
La investigación de Spiegel en relación a terapia de grupo y sobrevida de mujeres con cáncer de mama marcó un hito en la historia de la psico-oncología (4) aunque desde nuestro punto de vista los resultados habrían sido mucho más reveladores si se hubieran evaluado factores de cambio y no sólo asistencia al grupo. También queremos citar aquí la investigación de Bücher y Moya (5), Eysenk (citado en 6), Simonton (7), LeShan (8) para sólo nombrar algunas que nos han sido más cercanas en nuestro trabajo.
Con esta visión, el campo profesional de la psico-oncología se amplía a todos los aspectos preventivos del cáncer, lo que nos permite participar en forma activa en detectar los modelos de alto riesgo cancerígeno y contribuir a revertirlos oportunamente, investigar en estas áreas y contribuir con una aproximación éticamente responsable.
Después de 30 años trabajando con estos pacientes, hemos constatado una y otra vez, que una actitud proactiva es una parte fundamental en un proceso de recuperación o de prolongación de la vida (6).
Así mismo, hemos visto que se repiten características y se presentan denominadores comunes en nuestros pacientes (6), lo que nos permite realizar una prevención primaria real y no sólo una detección precoz de la enfermedad.
Lawrence LeShan y su discípula y colaboradora Ruth Bolletino, trabajan desde hace años en Nueva York con una aproximación proactiva, estimulando a sus pacientes a 'volver a cantar su propia canción', es decir, ir al encuentro de aquello que dejaron en el camino y cuya pérdida llevó a vivir en forma frustrada, tensa, poco satisfactoria (8).
El campo de acción de la psico-oncología reactiva es enorme y permite al psico-oncólogo apoyar al paciente de cáncer desde su diagnóstico hasta su recuperación o muerte, a la familia durante todo este proceso, acompañándola si es necesario en la elaboración del duelo, y al equipo oncológico, permitiéndole una mayor coordinación e integración.
Con respecto al paciente, al recibir el diagnóstico siente que se le detiene la vida abruptamente, queda invadido y paralizado por terribles temores, está desorientado y perdido entre múltiples opciones. Esta persona requiere ser apoyada inmediatamente por un equipo multidisciplinario, y no esperar a que haga crisis de angustia o caiga en un estado depresivo.
Cualquiera de estas situaciones agravará el problema, hará más difícil la aplicación de tratamientos y permitirá que la persona se deje llevar por un sistema común de creencias frente al cáncer, como que es sinónimo de muerte, de dolor y de desesperanza, etc.
Los médicos parecen desconocer el potencial de trabajo de un psico-oncólogo y con frecuencia no recurren a él hasta que el enfermo está en crisis o cuando sienten que la proximidad de la muerte a ellos los desborda o no saben cómo tratar este tema con el paciente o la familia.
Más adelante, una adecuada psicoprofilaxis de los tratamientos, permitirá una mejor tolerancia de ellos y, como consecuencia, posiblemente una mayor efectividad. Basta decir que una persona que entra relajada y bien preparada a una cirugía, se recuperará más pronto, procesará mejor las eventuales mutilaciones y se reinsertará antes en su vida familiar, social y laboral.
Lo mismo ocurre con una adecuada preparación a la quimioterapia, radioterapia, hormonoterapia, etc.
Con respecto al manejo del dolor, el trabajo del psico-oncólogo está relacionado con un diagnóstico diferencial del dolor, con su evaluación y tratamiento. Si consideramos el dolor clínico como una manifestación subjetiva, producto de la integración de factores físicos, psicológicos, sociales, espirituales y culturales, queda en evidencia que la sola participación del médico es insuficiente para un buen manejo.
Hoy día existen múltiples alternativas de manejo psicológico del dolor, que representan un gran aporte tanto en los problemas de dolor agudo o crónico, tanto en las etapas iniciales de la enfermedad como en cuidados paliativos. El no abrir al paciente estas opciones, es por decir lo menos, irresponsable. Todos sabemos que hoy es inadmisible que una persona sufra un dolor sin control, considerando las múltiples opciones que posee un equipo multidisciplinario para su manejo.
En el área de cuidados paliativos, considerando la tríada - paciente, familia, equipo - (9) la responsabilidad del psico-oncólogo es aportar sus conocimientos y experiencia a todos los integrantes de esta tríada, evitando al máximo el sufrimiento de cada uno. Esta labor es profunda, sacrificada y muchas veces agotadora, pero la vivencia de acompañar a un paciente y su familia en etapas avanzadas de la enfermedad y en la proximidad de la muerte, es una de las experiencias más enriquecedoras de la vida. El equipo debe autocuidarse y optimizar sus energías en este trabajo, recibiendo por parte del psico-oncólogo las herramientas adecuadas para dar lo mejor de sí sin extenuarse.
Si a todo esto agregamos los talleres de duelo para la familia, las intervenciones de pareja y familiares, las asesorías en relación a la sexualidad del paciente con cáncer, los entrenamientos en imaginería, visualización, relajación, yoga y meditación, arte-terapia, consejería telefónica e intervenciones psico-educativas, creemos haber mencionado las áreas más importantes que cubre la psico-pncología reactiva, tanto en el trabajo con niños, adolescentes, adultos como adultos mayores.
En el ejercicio de la psico-oncología reactiva, es frecuente recibir pacientes en etapas avanzadas de la enfermedad. Por un lado la familia necesita un apoyo y guía para tratar al paciente y tolerar mejor la tragedia que están viviendo, por otro, el paciente está dispuesto a recibir cualquier ayuda que le alivie y, por último, muchas veces el médico tratante acepta la presencia del psicólogo aunque no entienda la utilidad, presionado por la familia y el paciente que están desesperados y piden cualquier ayuda que les alivie.
Otras veces, al formar parte de equipos de cuidados paliativos la labor del psico-oncólogo es parte habitual del tratamiento en etapa avanzadas.
Hace unos meses, me llamaron a una clínica para atender a una mujer de 40 años con cáncer de pulmón y metástasis cerebrales que se negaba a morir, pese a sus sufrimientos y a conocer su diagnóstico cabalmente. Cuando llegué a verla, estaba en un profundo estado de angustia que le impedía dormir hacía varios días, pese a la medicamentación ansiolítica e hipnótica que estaba recibiendo.
Se trataba de una mujer separada con dos hijos de 12 y 10 años de su segundo matrimonio. Los hijos del primer matrimonio vivían fuera del país y, por conflictos de familia, ella no se relacionaba con su familia de origen.
Su drama era que sentía que estaba abandonando a los hijos, se negaba a aceptar su muerte y el no dormir estaba íntimamente relacionado con la posibilidad de no volver a despertar.
En el curso de la entrevista, quedó claro que también había una parte de ella que estaba agotada, que sí quería descansar y dejar de pelear por vivir. Mi única intervención fue escucharla y posteriormente arreglar una entrevista entre ella y el padre de sus hijos, donde ella pudo expresar sus reservas y temores respecto a su rol de padre. A su vez, pudo escuchar lo que su exmarido estaba dispuesto a hacer por sus hijos, la planificación que de hecho ya estaba poniendo en práctica para recibirlos y varias medidas futuras para su bienestar.
La paciente falleció esa misma noche sin angustia. Esto demuestra que a veces, con muy poco, el aporte puede ser determinante para una persona.
Muchas veces, y debido a los tabúes sociales que existen respecto a la muerte y el morir, las personas no están dispuestas a abordar el tema fácilmente y se requiere la concurrencia de una persona entrenada para romper las reservas. Este es uno de los roles que debe saber realizar un psico-oncólogo.
Este término ha sido acuñado en el Centro de Desarrollo de la Persona y se basa en el modelo teórico desarrollado en este Centro y que fue creado por Jens Bücher (10).
Sostenemos que para que una persona vuelva a ser sana, debe flexibilizar los 'filtros' (modelos, experiencias, roles, mandatos, imposiciones, etc.) que le impiden ser inocente y que le han llevado a stress, luego a disfunciones y, finalmente, a una enfermedad. Sólo el reencuentro con su inocencia, su integración emotiva, su íntimo modo de ser, su entusiasmo vital, su autonomía, y el quiebre de la instrumentalización de sí misma, va a permitir que vuelva a ser una persona sana nuevamente.
Una y otra vez hemos constatado que, personas con malos pronósticos que hacen cambios profundos, muchas veces recuperan su salud y, como otras, con mejores pronósticos, que no están dispuestas a hacer cambios, vuelven a hacer una recurrencia.
En 1990 realizamos una investigación cualitativa en más de 1000 casos e identificamos algunos denominadores comunes que se presentan en las personas con cáncer (6). Durante años hemos hecho el seguimiento de algunos de esos casos: personas con mal pronóstico que hicieron cambios notables y profundos y que aún están vivas y enamoradas de la vida.
El trabajar con personas en base a este continuo Inocencia-Enfermedad, nos ha permitido crear Talleres de Prevención del cáncer, tanto en el ámbito privado como institucional.
La Corporación Nacional del Cáncer realizó una investigación prospectiva a 5 años para identificar personas con alto riesgo genético de presentar cáncer de mama. A todas las personas que participan en esta investigación (a la fecha 1300 aproximadamente) se les ha evaluado psicológicamente, identificando también modelos de alto riesgo psicológico.
Estas personas fueron invitadas a charlas informativas para contarles la influencia que pueden tener sus estilos de vida en la presentación de la enfermedad y enseñarles las posibilidades de participación que pueden tener en disminuir los riesgos.
También se les invitó a talleres terapéuticos y corporales, para ayudarles a modificar aquellas características y comportamientos que hemos correlacionado con la enfermedad, como bloqueo de las emociones, baja autoestima, autopostergación, altos niveles y mal manejo de tensión, alto sentido del deber y rigidez valórica con baja vitalidad y dinámica.
Hemos visto como en familias donde el cáncer se repite de generación en generación, aunque no siempre se encuentra el gen responsable (BRCA1 o BRCA2), muchas veces las evaluaciones psicológicas de madre, hijas y hermanas son muy similares. Esto nos abre un enorme campo de trabajo e investigación. En este sentido, podemos decir que la labor de la psico-oncología está recién empezando a perfilarse.
Hace unos seis años recibí como paciente a una mujer de 54 años operada de cáncer de mama, con compromiso ganglionar. Se trataba de una mujer que, gracias a su esfuerzo e inteligencia, tenía un cargo ejecutivo en una gran empresa, a pesar de no tener un título profesional.
Había dedicado su vida a trabajar y construirse una seguridad económica y había tenido éxito.
Estaba casada hacía 20 años y tenía dos hijos.
Su infancia había sido difícil debido a que su padre era una persona autoritaria y machista, que había sido infiel abiertamente. Su madre era una mujer sumisa, débil y había muerto de cáncer de mama el año anterior.
La paciente había elegido como pareja un hombre débil, incapaz de mantener a su familia, pero según la paciente 'incondicional, bueno y fiel'.
Durante el curso de la terapia apareció toda su sensibilidad reprimida por años, sus emociones bloqueadas, sus temores por no repetir el papel de la madre. Apareció su agotamiento, se derrumbó su fachada de seguridad y dureza y se contactó con una mujer dulce y blanda que había sido postergada por años. Fue necesaria una intervención de pareja para que aprendiera a dar espacio a su esposo que también había reprimido parte importante de su virilidad y masculinidad para 'evitar conflictos'.
Hoy esta persona está bien físicamente, ha reestructurado su vida, trabaja media jornada, con mucho menos tensión y ha dejado espacio en su vida al arte, a la naturaleza, a la relación de familia y al yoga. Es el típico ejemplo del reencuentro con la inocencia, con los potenciales postergados, con la emotividad y con la alegría de vivir.
El trabajo en el ámbito proactivo no es fácil, porque muchas veces el paciente siente que está haciendo todo lo que puede hacer para sanarse y, sin embargo, no avanza en su recuperación, o lo que es peor, su enfermedad es cada vez más grave. En estos casos, la labor profesional debe ser apoyadora e impulsadora de cambios más radicales, lo que muchas veces es resistido por el paciente, especialmente por su falta de energía. Y entonces nos preguntamos ¿dónde está el equilibrio? ¿cuánto podemos intervenir? ¿cuándo debemos retirarnos, respetar o darnos por vencidos?
Cuando me ha tocado saber de la muerte de un paciente que yo claramente sentía que sus cambios eran superficiales y no profundos y donde yo no fui lo suficientemente categórica, muchas veces he cuestionado mi labor profesional y me he preguntado si no debí haber sido más clara, más directa, más decidida y más estimuladora.
La respuesta no es fácil y cada persona es un mundo nuevo de interrogantes a las que debemos someternos con humildad, para mejorar la calidad y eficiencia de nuestro quehacer, sumar e integrar esfuerzos para investigar y aprender más cada día en una disciplina que recién comienza, y que se va a constituir en breve plazo en un pilar fundamental del tratamiento de una enfermedad que, a pesar de los esfuerzos de la ciencia médica, es cada vez más frecuente, seña inequívoca que es a la persona a la que hay que tratar y no sólo al órgano.
BIBLIOGRAFIA
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Ed. Herder, Barcelona, 1985
2.- Ed. Holland J. "Psycho-oncology" Oxford University
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- An Interdisciplinary Introduction" Ed. Kluwer Academic/
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Patients" Ed. Basic Books, 2000
5.- Bücher J.y Moya A. "Elecciones vitales y cáncer"
Ed. CDP, 2000
6.- Middleton J. "Yo (no) quiero tener cáncer" Ed.
Grijalbo, Stgo. de Chile, 2001
7.- Simonton y Mathews "Getting Well Again" 1978
8.- LeShan L. "Cancer as a turning point" Ed. E.P.
Dutton NY 1989
9.- Bayés R. et al. "Propuesta de un modelo integral
para una intervención en terapéutica paliativa"
Medicina Paliativa Vol.3 No.3 1996
10.- Bücher J. "Ingeniería de la Acción" Ed. CDP 1999
Introducción a los procesos de relajación
Jennifer Middleton – Psicóloga Clínica
La gran mayoría de las personas piensan que saben mucho sobre cuatro de las funciones básicas de la vida: comer, respirar, actividad sexual y relajación. Se presume que estas funciones son automáticas y que cualquier desviación de la norma no es manejable. Al trabajar con problemas tensionales se observa que esto no es exacto y que muchas de las disfunciones en los hábitos de comer, respirar, sexuales y de relajación, resultan de elecciones del sujeto realizadas a nivel inconsciente.
Los estados tensionales son de importancia fundamental en la aparición de disfunciones sexuales incluyendo la impotencia, frigidez y otras. Con respecto a la respiración, se presentan serios problemas con estados de tensión, ya que el ritmo respiratorio se altera y se hace irregular.
El aprender nuevos hábitos en la práctica de estas funciones es una forma excelente de mantener la salud. Pero el solo hecho de que la gente piensa que estas funciones están fuera de control, hace muy difícil una intervención profesional para corregir las disfunciones.
Las actitudes hacia la relajación son las más ingenuas de todas. Muchas personas opinan que el mirar la TV durante un rato, trabajar en el jardín, pasar la tarde leyendo o jugar tenis, son formas efectivas para terminar con la tensión. Sin embargo en todas estas actividades, aunque son muy útiles, las personas mantienen un alto nivel de ansiedad y el funcionamiento neurofisiológico característico de un estado de tensión prolongado.
La relajación profunda produce cambios fisiológicos que son muy notorios y definitivamente reductores de la tensión. La práctica de la relajación afecta las funciones de la respiración, del comer y de la sexualidad.
Hay diferentes formas de obtener un estado de relajación, pero lo esencial de todas ellas es que hay una actividad que es conducida en forma regular y con atención focalizada. No es un proceso pasivo sino un medio de permitir al sujeto enfrentar sus actividades diarias libre de distracciones inconscientes.
Tampoco es un estado que se presenta espontáneamente y que prevalece cuando no hay tensión, sino que requiere de práctica como cualquier otra habilidad y debe ser aprendido y entrenado con miras a que sea efectivo.
La mayoría de nosotros ignoramos las claves fisiológicas indicadoras de tensión y actuamos como si viviéramos anestesiados, desconociendo la sabiduría de nuestro cuerpo. Hay personas para las cuales es tan “normal” estar tensas, que no toman conciencia de ello, lo que resulta tremendamente peligroso para la salud. Cuando ignoramos las señales de nuestro cuerpo, le sobreexigimos, pues lo obligamos a seguir actuando a pesar de la tensión, lo que a su vez la hace aumentar más aún.
Hasta que no seamos capaces de comprender el lenguaje de nuestro cuerpo, no podremos protegernos de una tensión excesiva y de la presentación de desórdenes psicosomáticos y disfunciones.
La discontinuidad profunda entre la mente y el cuerpo se evidencian claramente en los desórdenes psicosomáticos. El integrar la mente y el cuerpo mediante diversas técnicas como la relajación, el biofeedback y otras, nos permite darnos cuenta de las posibilidades que esta integración nos abre en beneficio de la salud.
Las características neurofisiológicas de la relajación son muy diferentes a las que se obtienen por el alcohol o los tranquilizantes.
A través de la relajación podemos ejercer control sobre las funciones fisiológicas conocidas como “involuntarias”. Este control era considerado fuera de lo posible sólo un par de décadas atrás. El establecer una regulación voluntaria sobre una función biológica involucra el uso de estados psicológicos internos.
“No se trata de aprender a controlar el sistema nervioso involuntario; simplemente se trata de abrir los canales entre lo consciente y lo inconsciente” (Weil, 1973).
Se trata de permitir la comunicación entre los procesos psicológicos y fisiológicos con el objeto de obtener una integración armónica.
De esta forma, un individuo puede aprender a hacer discriminaciones más sutiles en sus reacciones psicofisiológicas y actuar de acuerdo a ellas.
Las técnicas de autorregulación a través de la relajación, biofeedback y otras, devuelven al individuo un sentido de control y eficiencia sobre su vida y su salud. La pérdida de este sentimiento es una de las reacciones perjudiciales del exceso de tensión. Cuando los desórdenes físicos afligen a un individuo, a menudo éste se siente desamparado y sin esperanzas, sin opción de actuar para rectificar su vida.
Inconscientemente puede que asocie su desorden físico con su estado emocional, pero es incapaz de iniciar las acciones para intervenir sobre el desorden. La tensión ha debilitado su resistencia psicológica y tal vez también su respuesta inmunológica. Una vez que recupera el sentido de su propia voluntad, evita sentirse incapacitado. Comienza a darse cuenta que esta autorregulación se extiende a todas las áreas de su vida y que puede orientar ésta en una dirección más positiva.
Cáncer: posibilidad de un apoyo efectivo
Jennifer Middleton – Psicóloga Clínica
En nuestro medio, estamos acostumbrados a enfrentar las enfermedades como un problema del cuerpo, donde la mejoría proviene del medio externo, es decir de la medicina y, frente a la cual, somos personas pasivas que en poco o nada podemos contribuir para que el tratamiento sea efectivo.
La medicina moderna, de avanzada, considera las enfermedades como un problema de la persona total, donde están involucrados factores físicos, psicológicos, espirituales y ambientales.Así en el tratamiento y la recuperación deberán considerarse todos estos factores y la persona enferma deberá participar activamente en estos procesos, con una autoresponsabilidad frente a la presentación y evolución de la enfermedad.
De esta forma, tanto el paciente, como la familia, sus amigos y su núcleo laboral, son partes activas que pueden colaborar en la mejoría.
La persona que recibe un diagnóstico de cáncer podría definirse como alguien a quien se le ha interrumpido la vida violentamente, que se encuentra perplejo, desconcertado, con pánico y, sobre todo, perdido en un mar de opiniones y consejos que contribuyen a acelerar más su proceso de desesperación.
Desde el punto de vista particular de la persona, hay mucho que ella puede hacer para participar en su recuperación y no ser un ente pasivo. Lo primero será descubrir en qué forma su estilo de vida puede haber influido en la presentación de la enfermedad: exceso de tensiones, falta de entusiasmo vital, mal manejo emotivo, duelos no elaborados, poco respeto por su intimidad, etc.
Conocidos estos procesos, podrá reestructurar sus escalas valóricas y crear un ámbito vital que le permita sentir que la vida es su primera opción, aunque ello signifique perder otras, ya sea porque éstas están enfermas o porque no corresponden a su íntimo modo de ser.
Por parte de la familia, amigos y núcleo laboral, cada uno en su estilo propio, también pueden hacer un importante aporte a los procesos de recuperación.
Cuando alguien se enferma, no es sólo la persona la que está en crisis, sino también su familia. El estar cerca del sufrimiento de alguien a quien amamos, es muy perturbador y puede hacernos sentir inseguros respecto a nuestras reacciones, inadecuados, rabiosos y muchas veces, confundidos. Lo valioso es que, no importa cuán difícil sea la experiencia, logremos salir de ella enriquecidos y en paz.
Un enfermo de cáncer está, por lo general, asustado frente al futuro, cansado frente a los tratamientos y enrabiado o triste frente a lo que ocurre. Lo importante es que se le permita expresar lo que siente con libertad, sin juicio crítico, ya se trate de miedos, rabias, penas, frustraciones o desesperanzas.
Los niños son muy perceptivos y es recomendable que se les permita participar de lo que está ocurriendo y no aislarlos con el pretexto de protegerlos; las fantasías que crean al no saber la verdad son a menudo más terrible que la realidad.
También es importante tomar la sustitución de roles en su verdadera dimensión, no tratar de hacer todo por el enfermo, etiquetándolo existencialmente de “incapaz” o “inútil”, reforzando así la salud y no la enfermedad, no aislando a la persona porque está enferma.
La responsabilidad de “estar a cargo” de alguien enfermo suele ser muy cansadora y en ese sentido los amigos y compañeros de trabajo pueden ser de gran ayuda.
Las visitas deberán ser atinadas, cortas y positivas, permitiendo que el paciente socialice de acuerdo a su ánimo y ganas y no a “las normas de buena educación”.
Los compañeros de trabajo a veces sienten que no saben abordar temas como el sufrimiento y la muerte y prefieren evitar compartir con el enfermo. Lo mejor es preguntarse ¿cómo me gustaría a mí que me trataran si estuviera en su lugar? o, ante la duda, simplemente preguntar.
Tarde o temprano todos tenemos crisis vitales que nos enriquecerán o destruirán según el compromiso vital con que las enfrentamos. Lo mismo ocurre con los amigos.
Pauta de apoyo para la familia
Jennifer Middleton, psicóloga
En la historia de la humanidad no existe experiencia más importante y dolorosa que ver a alguien que amamos y que forma parte de nuestra historia, pasar por una enfermedad que amenaza su vida. Frente a ello, nuestro mundo se desorganiza, nos sentimos impotentes frente al sufrimiento, enojados con la realidad y tristes a la vez, nos sentimos confundidos, llenos de preguntas, a veces sin salida y no sabemos cómo actuar.
Sin embargo, este período también se puede constituir en la oportunidad de entregar lo mejor de cada uno de nosotros a quienes más amamos y de poder ayudarnos en los momentos difíciles, fortaleciendo nuestros lazos en base al amor y la fuerza familiar.
Es por eso que queremos ofrecerle nuestra ayuda en este proceso que comienza, para ello…
* Lo principal es respetar el ritmo de cada miembro de nuestra familia…
Y en el modo de enfrentar la enfermedad; todos reaccionamos de diferente manera
ante las dificultades, lo que cada uno necesita es comprensión, escucha, compañía
y no reproche.
* Lo fundamental para el paciente es compañía…
Alguno de nosotros estará a su lado, quien cuidará su cuerpo. Pero también
acogerá sus emociones, temores, dudas, esperanzas y deseos. Para ello es vital
dar el espacio para conversar, jamás evitar el tema, pese a que es doloroso, el
paciente lo necesita, eso le ayudará a él (ella) a calmar sus inquietudes y
expresar lo que está viviendo y sintiendo.
* Permitir la participación de cada miembro de su familia…
Esta acción da la posibilidad de aportar y sentirse como un grupo familiar unido
que comparten esta nueva experiencia. En el caso de los niños, esto les ayudará
a fortalecer su sentido de pertenencia y formar una identidad familiar arraigada.
Por otra parte, llevar toda la responsabilidad y cuidado del paciente es una
carga muy dura, que se alivia cuando se comparte y cuando uno además se da el
tiempo de cuidar de sí mismo.
* Las emociones y sentimientos son naturales...
En algunos momentos surgen con mucha intensidad, para eso es importante recordar
que no hay sentimientos adecuados o inadecuados, aceptarlos y compartirlos ayuda
a liberar la tensión que provocan. Llorar solo ahonda la sensación de desamparo
y aislamiento, aumentando el dolor y la pena… llorar, tanto como compartir con
otro (familiar, amigo, paciente) es una experiencia común y fortalecerá el lazo
que los une.
* Todos necesitamos esperanzas para vivir…
Las esperanzas nos alientan a continuar a nuestro proyecto de vida. Cuando alguien
de nuestra familia ha perdido las esperanzas, entre ellos el paciente, es nuestro
deber ayudarlo a encontrar una nueva esperanza para que siga viviendo, de modo
que genere nuevos proyectos que le den sentido a su vida. Éstos deben ser adecuados
a su condición y sus limitaciones, a corto plazo y de fácil realización, así se
motivará al verlos cumplidos.
* No sobreproteger al paciente…
En vez de ayudarlo estará reforzando su debilidad e incapacidad. Este es un juego
psicológico destructivo, pues impide a las personas resolver por sí mismos sus
problemas y los mantiene en una posición pasiva y dependiente.
* Tratar al paciente como una persona responsable…
No como a un niño pequeño, a quien no dejan formar parte de las decisiones. Tampoco
como un enfermo que no puede participar de la vida cotidiana de su hogar, si se
puede levantar que lo haga, que comparta con la familia y reciba visitas, que haya
luz, aire fresco, música y risas en su vida. Tiene derecho a descansar, y en
ocasiones lo hará, pero debemos evitar que se aisle del mundo y se deprima.
* Respetar al paciente en su rol dentro de la familia y en la sociedad…
Hacerlo partícipe de las actividades y decisiones que siempre le correspondieron.
Hágalo parte de la vida cotidiana en su familia, pídale favores y consejos, eso
lo hará sentirse útil, integrado e importante para los demás.
*Reforzar la salud, no la enfermedad…
Anime los esfuerzos del paciente por cuidar de sí mismo, hágale notar, cuando se
vea mejor, ayúdelo a realizar actividades que no se relacionen con la enfermedad,
ofrézcale otras actividades que lo distraigan.
… Compartan este tiempo juntos, es la ocasión para hacer y decir todo aquello que han guardado “esperando el momento oportuno”.
El presente siempre es el mejor momento para ello, así mañana tendrán la tranquilidad de haberlo hecho y disfrutarán de una relación más sincera y cercana…
Aprendamos a Prevenir Enfermedades desde la Escuela
Jennifer Middleton
Psicóloga - Psicooncóloga
Los niños aprenden que la salud es algo que cuidan los médicos, que se arregla con medicamentos y que, si no se tienen los recursos económicos, cuando se pierde difícilmente se recupera.
No existe ninguna materia en los programas educacionales de la mayoría de los países que ponga énfasis en la capacidad de autocuidarse y de ser responsable por los procesos de la salud y enfermedad.
En muchos hogares, los niños observan la conducta de fumar como normal, el exceso de alcohol como parte fundamental de una celebración, los sedantes como ingredientes básicos de un sueño reparador y los síntomas físicos como señales de alarma para consumir uno u otro medicamento.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) plantea que la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad. Sin embargo, tenemos sistemas “de salud” orientados a la enfermedad y no realmente a la salud.
Necesitamos urgentemente que nuestros sistemas educacionales incluyan la salud en sus programas.
Esto se debe a varios factores:
1.- El claro aumento de enfermedades provocadas por abusos y conductas
autodestructivas (tabaco, alcohol, drogas, mal enfrentamiento del estrés,
promiscuidad sexual, etc.) cuyos modelos se incorporan en la infancia.
2.- La necesidad de que las personas estén bien informadas, para un óptimo y
oportuno aprovechamiento de los recursos personales y sociales, tanto
preventivos como curativos.
3.- La idea, cada vez más aceptada, de que la salud es producto de una buena
calidad de vida.
4.- El concepto ecológico de que el hombre y su ambiente están relacionados
íntimamente y se necesitan para mantener un equilibrio sano.
5.- La conciencia creciente de que muchos de los problemas de salud se deben
a valores creados y mantenidos por nuestra sociedad, como son el exceso
de trabajo, la falta de ejercicio, etc.
La educación en salud necesita estar integrada en forma permanente en nuestra vida adulta, para ser transmitida coherentemente a nuestros hijos, con objeto de conformar estilos de vida más sanos y satisfactorios.
Existe una enorme deformación relacionada a elementos fundamentales de la salud y se gastan grandes recursos económicos en los países sólo en la curación (la mayor cantidad de recursos se invierte en los últimos días de un paciente).
Las políticas de prevención son mínimas y están centradas en la detección precoz, una vez que la enfermedad está presente, con ínfimos recursos para la prevención seria y eficaz.
Hemos sido educados en una sociedad que no asume responsabilidad por sus problemas de salud y los delega al sistema.
Una intervención en las escuelas para crear conciencia de prevenir no es tan difícil y sería una forma eficiente de bajar los costos para tener una sociedad más sana.
Proponemos considerar los siguientes fundamentos teóricos básicos para tener
una sociedad más sana:
1.- Cada persona es autoresponsable de sus procesos de salud y enfermedad y
por lo tanto puede ejercer en este ámbito un autoliderazgo y autogestión.
2.- La persona es un todo integrado de mente, cuerpo y emociones, inserto en
ambiente familiar y social. Sistémicamente cada variable influye en las otras
cuando es alterada. La persona se ve afectada en todas sus áreas.
3.- Nuestro cuerpo y nuestras emociones constituyen un sistema único de
información, del cual podemos depender para estar sanos.
4.- La persona posee una capacidad natural para estar sana, bajo condiciones
no extremas.
5.- Nuestro organismo necesita ser cuidado; no es un instrumento que podemos
usar, maltratar y abusar. Esto significa, que en la medida que se tomen las
precauciones necesarias, la salud será protegida y recuperada para ser sanos
o enfermos según una actitud responsable.
6.- La educación es el primer paso para cambiar modelos epistemológicos
obsoletos que nos han llevado a delegar los problemas de salud al sistema.
7.- Los niños imitan a los adultos, y aprenden internalizando los modelos, por
lo que toda intervención en los niños debe iniciarse en sus adultos
significativos, padres y profesores.
Pensamos que es importantísimo implementar en las escuelas un programa de prevención en salud, donde los niños aprendan jugando e incorporen a su quehacer cotidiano una forma de vivir sana y saludable. Si logramos esto, en el futuro nuestra sociedad tendrá menos gastos en salud y nuestros niños hoy podrán aprender a incorporar conductas para ser los adultos sanos del mañana.
El lugar existencial del paciente oncológico
Jennifer Middleton, Psic.Clínica, Psico-oncóloga
Eric Cassell
“Estar enfermo es sentirse amenazado por la invalidez,
el malestar, el aislamiento, la succión por el cuerpo y
el miedo a la proximidad de la muerte”.
Pedro Laín Entralgo
Durante más de 30 años acompañando a pacientes con cáncer en sus procesos de recuperación y cercanía a la muerte, he tratado de aprender las lecciones de sus experiencias, de sus miedos, dolores e incertidumbres y la forma como nosotros, como profesionales psicooncológicos, podemos ayudar en este difícil proceso.
La sensación de soledad, de desamparo, de incomprensión, están generalmente presentes. La lectura de “La muerte de Iván Ilich” de Leon Tolstoi, nos permite comprender hasta que punto estos sentimientos son parte de la cotidianidad del enfermo y la desolación que pervade su existencia, resultándole a veces imposible compartir su dolor.
Relata Tolstoi : “Bajó los pies, se acostó de lado, sobre el brazo y sintió lástima de sí mismo. Esperó sólo a que Guerásim saliera a la habitación contigua y no se contuvo más: se puso a llorar como un niño. Lloró por su impotencia, por su terrible soledad, por la crueldad de las personas, por la crueldad de Dios, por la ausencia de Dios”. (1)
El aislamiento en el que está sumido muchas veces el paciente resulta incomprensible para los que están en su entorno quienes tratan de hacer todo lo posible por acompañarlo y entenderlo. Sin embargo, los muros que construye a su alrededor son a veces difíciles de traspasar, y dejan a la familia con una tremenda sensación de impotencia.
Como en toda situación extrema, hay pacientes que niegan lo que sienten porque sus recursos psicológicos del momento no les permiten aceptar el dolor que estos sentimientos les generan. Aparecen ante el mundo como tranquilos, racionalmente a cargo, confiados. Es posible que a veces esto sea una realidad, pero a menudo detrás de esta pantalla se oculta el miedo y la incertidumbre.
A diferencia de lo que ocurre con otras enfermedades crónicas, el paciente de cáncer se siente estigmatizado y discriminado. Algo así como: “el mundo allá y yo acá”. Se siente identificado con la enfermedad y confunde el “tengo cáncer” con “soy el cáncer”.
Este es el testimonio de una de las personas que atiendo por cáncer en este momento y su respuesta al
pedirle que me describa sus sentimientos:
"Miedo: inseguridad, falta de protección, inestabilidad y debilidad para enfrentar la vida misma."
"Rabia: abuso, injusticia, el que las cosas no resultasen como yo lo esperaba, pérdida de la libertad
y autonomía."
"Tristeza: pérdida de lo que se había construído, pérdida de "derechos", el no haber disfrutado con
plenitud lo que tuve."
"Soledad: el enfrentar cara a cara la adversidad en su forma extrema".
Los pacientes no sólo tienen que convivir con la enfermedad, sino también con las numerosas secuelas de los tratamientos que contribuyen a la estigmatización: las mutilaciones, la pérdida del cabello, las disfunciones, el aspecto demacrado, la delgadez, la debilidad, las quemaduras de las radiaciones, son señales inconfundibles que le hacen sentir diferente y formando parte de un submundo que corresponde “al mundo del paciente con cáncer”. Cuando la persona toma conciencia de lo que está viviendo y de las emociones que esta situación le generan, a menudo comienza a preguntarse si la lucha contra la enfermedad, con el tremendo desgaste que significa, tiene realmente sentido. Este es un diálogo consigo mismo que raras veces comparte para no sentirse juzgado por el entorno.
La respuesta a esta interrogante está en estrecha relación con el sentido que la persona ha dado a su vida, la riqueza existencial que ha disfrutado o la falta de ella, la calidad de vida que percibe tendrá en el futuro y los lazos afectivos que ha construido y mantenido en el tiempo.
La persona navega en este mundo de interrogantes y dudas, de dolores y soledades, pero los familiares y amigos no logran comprender su sentir. No entienden, no comparten, juzgan y presionan. Muchas veces también se niegan a ver la realidad.
No aceptan el aislamiento que el paciente necesita y con frecuencia quieren empujarlo a una “vida normal”, como resultado de su propia necesidad de no verlo tan enfermo.Muchas veces son las secuelas de los tratamientos más que la propia enfermedad lo que producen reacciones como las mencionadas, pero el paciente las confunde y no sabe qué es consecuencia de qué; sólo percibe, que “los otros” tienen energías, continúan con sus vidas, parecen no comprenderlo y le trasmiten su impaciencia y apuro por verlo sano lo antes posible, lo que se transforma en presión y altos niveles de estrés.
Los familiares y amigos insisten en que pruebe otros tratamientos, lo que es positivo dados los bajos índices de curación de los tratamientos alopáticos en algunos tipos de cáncer, pero llevado a un extremo esto puede resultar en lo que hemos llamado “estrés de sanación”. Este se caracteriza por una ansiedad de probar cualquier tratamiento, sea serio o no, lo que hace que el paciente no descanse, no se relaje y corra de un lugar a otro en una búsqueda incesante para encontrar una solución definitiva a su enfermedad.
En este contexto, la familia y, en especial el cuidador directo, también necesita ayuda para comprender el significado existencial que la enfermedad tiene para la persona que la padece. El psicooncólogo puede aquí cumplir el rol de mediador, de “puente” entre el paciente y su entorno. Por otra parte, con frecuencia todos se preocupan del enfermo y entregan pocos recursos al cuidador para enfrentar esta realidad; sin ellos, se corre el riesgo que el cuidador también enferme, lo que sucede con frecuencia.
Existe una realidad innegable e impactante y de la cual el terapeuta debe hacerse cargo como primera prioridad: el paciente está aterrorizado.
El cáncer es una amenaza a la identidad, a la belleza, a la sexualidad: a la integridad y a la vida.
Representa miedo al futuro relacionado con los cambios de roles, la dependencia, los tratamientos, el dolor y la posible expansión de la enfermedad. Al ser una enfermedad crónica; este miedo estará presente toda la vida.
Culturalmente el cáncer se asocia con muerte y el diagnóstico inicial desencadena en el paciente el terror a morir. Como además el tema de la muerte aún es tabú en nuestra sociedad, su miedo no es compartido y en lo profundo cree que el sólo hecho de hablarlo puede precipitar el final y hacer realidad sus temores; como un mito mágico de “si no hablo, evito que ocurra”.
Se suma a esto que algunos profesionales de la medicina a veces hacen uso de este miedo para justificar tratamientos y empujar al paciente a “acatar” la autoridad médica sin cuestionar, sin investigar y sin pedir otras opiniones; lo que aumenta el caos emocional porque la persona siente que perdió control y autonomía sobre los procesos que pueden llevarle a la recuperación o a la muerte.
Entonces nos encontramos con personas que siempre han estado a cargo de sus vidas y que ahora se convierten en entes pasivos sin opinión y sin capacidad de decisión, lo que aumenta una vez más la angustia y la desesperación; mientras esta persona no retome “las riendas” y la dirección de su vida seguirá sintiéndose aterrada y a la deriva y con menos posibilidades de sanarse.
En este contexto cabe señalar la importancia de los principios de la bioética basados en el hecho de que es la autonomía del paciente la que debe prevalecer y no la imposición de los criterios del médico.
En suma, es una enfermedad que se asocia con la muerte, inmoviliza y detiene la vida, provoca una desorganización en todas las áreas existenciales de la persona: biológica, emocional, cognitiva, espiritual , familiar, laboral y social.
Como dice Francis Peabody: “Cuando hablamos de un cuadro clínico no nos referimos a la fotografía de un hombre enfermo en cama, sino a la pintura impresionista de un paciente en el entorno de su casa, con su trabajo, las relaciones con sus amigos, sus alegrías, sus preocupaciones, esperanzas y miedos”. (citado por Bayés) (2)
En este caos emotivo, la persona necesita sentir que el terapeuta entiende, comprende y empatiza. No juzga, no critica; tampoco el consuelo es convincente en esta etapa, sólo lo es la sensación de ser acogido y comprendido en la desesperación. En este sentido el rol del terapeuta psicooncólogo es crucial y puede ser de gran ayuda para que el paciente baje las defensas, salga de la parálisis que el temor provoca y empiece a intervenir autónomamente en su curación.
Por otra parte, el participar en terapias grupales con otras personas que están viviendo su experiencia, donde le es posible compartir sus vivencias en un medio protegido, puede resultar altamente positivo para disminuir sus niveles de estrés y ansiedad.
La experiencia de saber que no es el único que vive este drama y que puede hablar libremente de él, ayuda a pasar a la próxima etapa de participación activa en su recuperación y no permanecer como víctima pasiva. La incertidumbre frente al futuro es un tema presente durante todo el proceso de enfermedad y permanece muchas veces para toda la vida. Cada vez que la persona tiene que someterse a controles médicos, se hará presente el miedo a la recurrencia y este sentimiento seguirá presente hasta que los controles arrojen un resultado negativo, para luego reaparecer previo a la próxima evaluación.
Para el enfermo oncológico, los tiempos son relativos, frente a los controles, los proyectos, lo que queda de la vida.
W. James (1890) citado por Bayés, distinguía entre el tiempo objetivo y subjetivo; “el tiempo que cuenta en la vida es el subjetivo, de variable duración en cada individuo”. (2)
Así también Bender et al (1996) también citado por Bayés agrega: “la depresión / desesperanza, además de dilatar el tiempo subjetivo, pueden tener efectos negativos sobre el curso de la enfermedad, con posible empeoramiento del pronóstico”. (3)
Es una enfermedad frente a la cual muchas veces la persona siente que no tiene ningún control.
Este es el lugar donde el tratamiento psicooncológico puede hacer mucho más que apoyar. Lo que hemos llamado “psicooncología reactiva” entrega apoyo pre y post diagnóstico, soporte emocional al paciente, familia y equipo de salud, psicoprofilaxis de los tratamientos, manejo del dolor y mutilaciones y asistencia en cuidados paliativos.
Por otra parte, la psicooncología proactiva (término acuñado por Jens Bücher en el Centro de Desarrollo de la Persona, www.persona.cl) interviene en la recuperación de la vitalidad, ayuda al paciente en el enfrentamiento y manejo del estrés y promueve estilos de vida sanos.
Devuelve al paciente la posibilidad de ser parte activa en los procesos de recuperación y no ser un mero espectador de su enfermedad, lo que afecta positivamente el estado anímico de la persona, quien siente que frente al miedo y la incertidumbre puede actuar, decidir y trabajar en forma activa.
¿De qué manera podemos como profesionales psicooncólogos colaborar con esta persona a intervenir en su recuperación?
Podríamos resumir nuestro trabajo como: desarrollar la capacidad de ser leal consigo mismo y nuestra esencia bajo cualquier circunstancia.
Esto, dicho en una forma tan simple, implica con frecuencia una transformación de vida. A menudo la persona ha vivido sin consideraciones consigo misma y demasiadas consideraciones con su entorno.Nuestra sociedad nos presiona a llevar estilos de vida que van en contra de nuestra salud y nuestra esencia, a respetar más los postulados sociales y culturales por sobre nuestras necesidades fundamentales, a atropellar nuestro íntimo modo de ser en beneficio de logros y prestigio social.
Si la persona aprende a respetarse, valorarse, autoexpresarse y ser autónoma, tendrá más posibilidades de recuperación que si no lo hace.
Como dice José Schavelzon “la problemática de un paciente de cáncer es demasiado compleja para ser sólo un tema médico”. (7)
Un equipo interdisciplinario liderado por el propio paciente y donde todos los demás del equipo están integradamente ayudándole en este proceso, es la forma más adecuada para promover la recuperación.
Hoy existen pruebas concluyentes en la literatura científica de cómo los estilos de vida influyen en la presentación y curso de la enfermedad, siendo responsables por la mayoría de los casos de cáncer ya que sólo el 12 % (o menos, según otras investigaciones) se debe a causas hereditarias (8).
Por ejemplo, Dean Ornish y colaboradores realizaron un estudio con 30 pacientes de cáncer de próstata que se negaron a tratamientos convencionales. Durante 90 días se sometieron a cambios de estilo de vida que incluía: alimentación, ejercicio, yoga y meditación, visualización (manejo de estrés) y grupos de apoyo. Se examinó el tejido prostático antes y después a través de biopsias.
Los resultados mostraron una disminución en la expresión de oncogenes y un aumento en la expresión de genes supresores al cabo de los 90 días. (mayor información: www.pnas.org/content/ 105/24/8369.full). (8)
Siendo esto así, hay mucho que el paciente puede hacer por su mejoría. Si algunos elementos le afectaron negativamente el revertirlos incidirá en la recuperación.
No se trata de culpabilizarse sino de responsabilizarse, conceptos que a menudo tienden a confundirse.
El recibir solamente un tratamiento médico, ya sea alopático o complementario, deja muchos aspectos de la persona expuestos y sin tratamiento.
Si aceptamos que somos una integración bio-psico-social, donde todos los aspectos de la persona se han visto afectados por la enfermedad, el revertirla exige el tratamiento de la persona total, no sólo de partes.
Hoy se presenta como obsoleto hablar de conexión mente-cuerpo, ya que al enunciarlo de esta forma estamos aceptando la existencia de dos entidades separadas que hay que conectar: la mente y el cuerpo.
Sabemos gracias a la psico-neuro-inmuno-endocrinología que los procesos son complejos, que no existen los límites entre una entidad y otra y que el organismo se ve afectado en todos los niveles cuando se realiza cualquier acción, sea ésta de orden biológico, emocional, químico, físico, social, o espiritual.
Gracias a esta ciencia podemos conocer en forma científica e irrefutable el modus operandi de muchos procesos antes desconocidos. Que los conocimientos que esta ciencia aporta no sean estudiados e incorporados a los procesos de salud / enfermedad constituye un acto de irresponsabilidad científica difícil de comprender.
Al terminar los tratamientos médicos, la persona se plantea:
¿Estoy sano?
¿Por cuánto tiempo?
¿Ahora cómo vivo con todo lo que esto ha significado?
El final del tratamiento y la reinserción en la vida familiar, laboral y social marca el comienzo de un nuevo e inesperado desafío: adaptarse a la vida después del cáncer.
Es importante tener en cuenta algo que, tanto los médicos como los pacientes y familiares suelen no tener en cuenta: el “alta” médica no coincide con el “alta” psicológica.
Aunque el paciente haya terminado con tratamientos y reconstrucciones (mamaria u otra), esto no significa que emocionalmente esté listo para reasumir sus roles, su trabajo y sus relaciones. Las secuelas psicológicas de todo lo vivido por la enfermedad y las secuelas físicas de la enfermedad y sus tratamientos han trastocado su forma de enfrentar la vida y necesitará tiempo, a veces meses, a veces años, para reasumir la normalidad de la vida, que muy probablemente nunca será la misma que antes.
Los efectos emocionales más frecuentes que estarán presentes tienen relación con el miedo a la recurrencia (una espada de Damocles presente sobre sus cabezas), la ansiedad por la falta de factores protectores que le han dado los tratamientos, la rabia y la pena (duelo) por las pérdidas, una sensación de vulnerabilidad siempre presente, la inseguridad, la incertidumbre y el tener que enfrentar frecuentemente situaciones que le recuerdan la enfermedad (prensa, clínica, médicos, otras personas con cáncer, etc.).
Por otra parte, las secuelas físicas de la enfermedad, serán un permanente recordatorio de lo vivido: autoimagen alterada (por cirugía u otra causa), los efectos negativos de los tratamientos que repercuten en la sexualidad, fertilidad, neuropatías, irritaciones crónicas, tos actínica, etc. y la fatiga: a la persona le costará recuperar su vitalidad y deberá ser infinitamente paciente consigo misma.
En el área de pareja y familiar, como consecuencia de la enfermedad ha existido una alteración del funcionamiento normal de la pareja y la familia. Ha sido necesaria una sustitución de roles y probablemente han surgido a causa de esto conflictos de autoridad. La pareja ha cumplido el rol de enfermero o enfermera, lo que ha afectado su rol de pareja.
Cabe mencionar además lo que se ha llamado “Síndrome de Lázaro” que se produce cuando el sistema familiar se ha preparado para la muerte del paciente y éste logra revertir la enfermedad. El paciente y la familia deben reencontrar su lugar.
Todo lo mencionado anteriormente implica, al término de la enfermedad, una nueva reestructuración del sistema y de los roles que cada integrante de la familia desempeña en él; lo que tomará tiempo y una nueva disposición a la reestructuración y al cambio.
En el área laboral el paciente deberá enfrentar muchas veces la discriminación por haber padecido la enfermedad y las consecuencias en el sistema previsional y de seguros por preexistencia de la enfermedad.
Por otra parte, el cáncer es una oportunidad para mirarse internamente, alterar el estilo de vida, reestructurar prioridades y redefinir la vida.
Sin embargo, para aprovechar realmente esta oportunidad la persona, la familia y el equipo interdisciplinario que los acompaña tiene que compartir esta visión y no ver la enfermedad como “la tragedia” que les tocó vivir sin la posibilidad de hacer cambios y esperando pasivamente que la recurrencia no aparezca.
Hay mucho que se puede hacer para prevenir la enfermedad y para transformar este lugar existencial en un cambio, una riqueza vital y una esperanza de una vida más profunda, y más plena.
En este transitar desde el diagnóstico del paciente a su redefinición de la vida o eventualmente la muerte, mi experiencia como terapeuta ha sufrido muchos cambios y mi propio lugar existencial frente al paciente ha sido mil veces removido.
Me he encontrado con personas que, tomando conciencia de los cambios que tendrán que hacer y sus consecuencias, han optado por no hacerlos con todo lo que esto significa. El proceso de acompañarlos hasta la muerte respetuosa y empáticamente, sin influir en sus decisiones, ha sido un gigantesco esfuerzo que me ha enseñado a aceptar mis limitaciones.
Por otra parte, existen personas con pronósticos muy negativos, con una sentencia de muerte a corto plazo, que se han negado a morir y que al recibir esta sentencia se han removido a tal punto que toman su vida en sus manos, como un desafío. Alteran sus convicciones, sus prioridades, su vida entera y salen adelante y están vivos después de 30 o más años. Estas personas me han enseñado lo que es la valentía y el amor a la vida.
Quiero citar a dos personas conocidas mundialmente y que han publicado libros sobre su experiencia: Greg Anderson, quién recibió la noticia que iba a vivir sólo 1 mes con un cáncer al pulmón, etapa 4. Comenzó a investigar, conoció las historias de 1.300 pacientes con diagnóstico terminal que habían sobrevivido y averiguó por qué.
Hizo cambios radicales en su vida en todos los aspectos: prioridades, valores, certezas, estilo de vida, etc. etc. y hoy está vivo después de más de 20 años liderando una organización a nivel mundial. (www.cancerrecovery.org) (4)
Ian Gawler, un australiano con un sarcoma, con 2 semanas de expectativa de vida, decide revertir este pronóstico. Un meditador, conocedor que los estados de meditación aumentan la efectividad del sistema inmunológico, medita 5 horas diarias y hace cambios fundamentales en su vida; como Greg Anderson, se reencanta con la vida, desafía a la muerte y sigue vivo después de más de 20 años. (www.gawler.org) (5)
Y, así, muchos ejemplos, personas que yo misma he atendido a través de los años que han elegido vivir. Que no han aceptado un pronóstico de muerte y no ha sido suficiente la “curación” para ellos, sino que han trabajado por la “sanación”. (6)
Desde el miedo, la desolación, la incertidumbre y la angustia que estos sentimientos provocan, han caído en una crisis profunda que no han tratado de evitar, le han mirado a la cara al sufrimiento y han transitado a una resolución; con perseverancia, con la inseguridad que los cambios generan, pero con la sabiduría y la esperanza para salir adelante.
Estas personas son las que cuando cruzan pueden decir: “gracias al cáncer que me permitió cambiar, reverenciar y agradecer cada día de mi vida”.
(2) Bayés, Ramón “El psicólogo que buscaba la serenidad”. Plataforma Editorial, Barcelona (2010)
(3) Bayés, Ramón “Psicología del Sufrimiento y de la Muerte”. Ed. Martínez Roca, Barcelona (2001)
(4) Anderson, Greg “Cáncer: 50 essential things to do" Plume (2009) USA
(5) Gawler, Ian "You can conquer cancer" Michelle Anderson Publishing, Melbourne (2001)
(6) Middleton, Jennifer "Yo (no) quiero tener cáncer”. Ed. Random House Mondadori, Stgo.- Chile (2008)
(7) Schávelzon, José “Cancerología” Ed. Científica Interamericana, Buenos Aires (1997)
(8) Ornish, Dean, M.D. "The Spectrum" Ballantine Books, N.Y. (2008)
Esta artículo apereció en la revista Actualidad Psicológica, Buenos Aires, Argentina, en la edición de Julio del 2011- www.actualidadpsi.com
Yo (no) quiero tener cáncer
Yo (no) quiero tener cáncer, el primer libro de Jennifer Middleton, constituye un valioso aporte para un enfoque global y humanitario de nuestra medicina y está dedicado tanto a prevenir el cáncer como a entregar herramientas para que las personas participen activamente en sus procesos de recuperación.
¿Cómo influyen los estilos de vida en los procesos de salud y enfermedad? A estas y otras preguntas fundamentales da respuesta este libro, gracias a la amplia experiencia de su autora.
El libro está en venta en la mayoría de las librerías del país.
La vida es algo más que correr
La vida es algo más que correr, el segundo libro de Jennifer Middleton, es un libro que estimula a la reflexión y a la meditación. Invita a detener el vertiginoso ritmo de nuestras vidas, de una manera simple pero efectiva, para comprender que no podemos dejar pasar lo esencial, y que invertir en nuestro bienestar emocional es hacerlo también en salud y plenitud.
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Sanar, el desafío de vivir en equilibrio
¿Es posible ser sanos en el mundo de hoy? ¿Cómo negarse a los excesos si están a la vuelta de la esquina? ¿Cómo solventar el estrés diario? ¿Qué pensar de la medicina actual que muchas veces para curarnos termina enfermándonos más?
La naturaleza nos capacita para que seamos sanos, y es mucho lo que podemos hacer al respecto: en primer lugar, tomar las riendas de nuestra existencia, donde cuerpo, emociones y espiritualidad conforman un todo integrado.
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